marzo 06, 2013

PALABRAS DE ALBERTO POLLEDO EN LA PRESENTACIÓN DE SU LIBRO “BUEN CAMINO”


            Quizás “Buen Camino”, título del libro que hoy presento en sociedad, para los no iniciados, refleje con escasa claridad el contenido de sus páginas. Sí, debo reconocerlo, el subtítulo, “Desde Oviedo a Santiago tras los pasos de Alfonso II, el Casto”, es algo más explícito. Podía haberlo denominado “Viaje por el Camino Primitivo”; “Camino de Santiago astur-galaico”; “Por el primer Camino de las estrellas” o cualquier otro diferente que aportase más claridad a su contenido. Sin embargo, desde el primer momento, tuve claro que “Buen Camino” es una frase apropiada, brillante y certera porque define de forma rotunda el espíritu amable y solidario que durante el viaje a Santiago impera en los romeros. Todos los peregrinos la llevan a flor de boca para obsequiar un cordial deseo hacia un buen fin. Quiero creer que esta expresión viene de antiguo, ya desde aquellas lejanas fechas en que reinó una de las grandes figuras de nuestra historia, Alfonso II, Rey de Oviedo, porque, como es sabido, allí nació y allí fue bautizado. Guerrero valeroso y audaz lleva en triunfo su enseña celestial, la Cruz de los Ángeles, desde el Nalón hasta Lisboa. Monarca piadoso y lleno de virtudes, engrandece la ciudad sagrada por las reliquias con templos magníficos y mansiones regias y, para que todo hable del fausto gótico, en el altar de San Salvador destaca la riquísima arqueta de las ágatas, preciosa muestra  de la orfebrería visigoda. Sin duda hay que mencionar la joya arquitectónica que Alfonso mandó construir extramuros, hermoso templo de tres naves dedicado a los santos Julián y Basilisa; hoy conocida como iglesia de San Julián de los Prados o Santullano. Pues sí, estoy seguro que por aquellas calendas nació y se puso de moda el dicho “Buen Camino”; no en vano el buen rey Alfonso II el Casto, Rey de Oviedo, fue el primer peregrino a la tumba del apóstol Santiago. Aunque luego nos haya comido la tostada el llamado Camino Francés, gracias a que su trazado hasta Galicia por tierras de León era más suave y menos arriesgado.
            Está demostrado que como culto local o comarcal, el de las reliquias de Oviedo, es más antiguo que el del sepulcro de Santiago. En el  Libro de los Testamentos del Archivo de la Catedral de Oviedo se dice que el arca, construida por los discípulos de los apóstoles, fue trasladada a África desde Jerusalén por el mar Mediterráneo, y luego a Cartagena, en España, cuando la invasión musulmana. Después de muchos años la llevaron a Toledo, y, por último, el Obispo don Julián y el príncipe Pelayo la trajeron a las montañas de Asturias en el año 735 fuera del alcance de los enemigos. No vamos a hacer una relación de las reliquias pero sí se puede decir que un documento de 1075 menciona 83; de las que unas pertenecen a la tradición del Antiguo Testamento (el maná, piedra del monte Sinaí, un trozo de la vara de Moisés y huesos de profetas). Otras al Nuevo Testamento (restos de la Cruz de Jesús, de su vestimenta, del pan de la cena, del sudario, del sepulcro, de los apóstoles y también reliquias de santos martirizados en época romana. La competencia entre San Salvador y Santiago como lugar de peregrinación queda reflejada en el siguiente dicho: “Quien va a Santiago y no a San Salvador, sirve al criado y deja al Señor”. Alfonso X el sabio dejó escrito en una de sus Partidas que peregrinos son “los que andan en pelerinaje a Santiago o a San Salvador de Oviedo o a otros lugares de luenga  e estraña tierra”. Por ello no es de extrañar que muchos viajeros que transitaban por el Camino Francés, tras visitar en León los restos de San Isidoro, se desviaran por el puerto de Pajares hasta Oviedo, urbe que algunos de ellos fijaban como meta, también denominada <>  .
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En ciertos aspectos hay una semejanza extrema entre los viajeros de antaño y hogaño. En efecto, bastará tener en cuenta las grandes distancias a recorrer cada día para explicarse que el esfuerzo es, a veces, excesivo. Podía y puede llegar a ocasionar verdaderas dolencias; por esto es el calzado la prenda que más parece preocupar a los peregrinos de todos los tiempos. Cuenta don Juan Uría que a uno de ellos, Manier, le molestó tanto “el mal de pie” que no podía caminar y sus compañeros llegaron a llevarle más de dos leguas de ventaja. Al fin un caballero le dio un remedio para endurecer sus pies, consistente en una mezcla de sebo <>, aguardiente y aceite de oliva, con lo que pudo alcanzarlos y continuar la peregrinación unido a sus camaradas. Un par de alpargatas que había comprado en Burgos por seis sueldos unos días antes, le duraron unas jornadas para destrozarse por completo cuando marchaba desde Mansilla a León. Pondera dicho peregrino las condiciones de este calzado, que dice es ligero y muy usado en el país, agregando que con él hizo cerca de cien leguas de camino. En Sarria tuvo que comprar otros zapatos de <>, que le costaron seis reales de plata. Tanto aprecio daban al calzado que los zapateros podían trabajar en días festivos sin pagar multa, siempre y cuando lo hicieren para los peregrinos. Pues, qué les parece, después de varios siglos y muchos adelantos los caminantes siguen padeciendo los mismos males. Casi todos compran calzado de última generación que, nada más y nada menos, debe ser fuerte y resistente dado que tiene que mantenerse en buen estado durante todo el camino. A la vez impermeable, pero transpirable, de tal modo, que aísle al pie de las condiciones meteorológicas y las inclemencias el terreno, pero le permita ventilarse adecuadamente. Buena adaptación al pie, ya que si la bota queda demasiado apretada o demasiado amplia, puede producir graves alteraciones morfológicas y cutáneas. Suelas no se cómo, estabilizadores anatómicos en los talones… y no sé cuántas cosas más. Por esto la mayoría, antes de emprender el trayecto, se vuelven locos a la hora de elegir y se olvidan de domar con cientos de kilómetros bajo las suelas el calzado que van a utilizar. Lo estrenan justo para comenzar el recorrido y de todo se ve: desde botas tipo mili con polainas de cuero hasta duras botas de alta montaña pasando por playeros de lujo, de lona y zapatos de andar por casa. Así florecen ampollas, llagas y heridas que amargan todas y cada una de las etapas. Mira por donde puede ser una buena forma de ganar el Reino de los cielos.
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En lo referente al vestuario, digamos que al principio se limitaron a utilizar prendas y calzado todo uso. Pero con el tiempo estas vestimentas dejaron de evolucionar, se mantuvieron iguales a sí mismas y llegaron a convertirse en atuendos típicos de los peregrinos jacobeos. Incluso al propio Santiago se le empezó a representar con tal indumentaria. Se componía principalmente de un sombrero de alas anchas, redondeadas y recogidas para protegerse del sol y la lluvia; amplio abrigo abierto por delante, con el fin de facilitar el paso y ceñido al cuerpo mediante un cíngulo o cordón de esparto. Una esclavina de piel, también llamada pelegrina; calzado fuerte, propio para jornadas largas, consistente en una sandalias con dos tiras en la parte anterior y una en la posterior que solían ser de piel de ternero, muy elástica y suela de madera o bien de cuero, según los medios de cada uno; bordón largo y grueso, siempre con una altura por encima de la cabeza, terminado en un regatón o contera metálica, para ayudarse en los pasos difíciles y, eventualmente, ahuyentar animales poco amistosos y defenderse, si era el caso, de los “gallofos”, siendo generalmente de roble o acebo y nunca o al menos en muy raras ocasiones, rematado por la curvatura típica de la muleta, disponiendo como mucho de un palo cruzado que le asemeja a una cruz y al mismo tiempo les servía para colgar la calabaza; el zurrón, para transportar las vituallas, confeccionado en piel de cordero; la escarcela, también llamada esportilla o pera , debida a su forma, que era la bolsa para el dinero, la cual se cerraba por medio de una tira de cuero en el borde de su parte superior y que a su vez se colgaba del cíngulo; y la calabaza, que hacía funciones de cantimplora y que se solía llevar colgada del bordón o también del cíngulo que rodeaba el abrigo. Sin embargo, lo más característico de la indumentaria jacobea sería, desde el siglo XI, la venera, vieira, concha o zamburiña (pectum Jacobeus), que los peregrinos adquirían al llegar a Santiago. Las autoridades eclesiásticas llegaron a reservarse el control de su venta y era como el trofeo que demostraba que habían conseguido su objetivo. Solían colocársela, a veces en gran número, en el ala del sombrero, en la esclavina y hasta en la escarcela.
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Nada que ver con las camisetas térmicas, anoraks de plumas, membranas, forros polares, sudaderas…de hoy en día.
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            Tempestades, bandoleros, gallofos, fieras y enfermedades acechaban a los peregrinos desde todos los rincones. Ya en los siglos del imperio romano los hospitales albergaban por igual a los pobres, a los enfermos y a los peregrinos que se dirigían a Jerusalén y Roma. En los siglos XI y XII hay un gran florecimiento en los sentimientos de hospitalidad; libre de peligro musulmán la parte norte de Castilla, después de muerto Almanzor, comienzan las edificaciones de hospitales, con un celo que santos, reyes y magnates no pierden ocasión de manifestar. De esta época son los hospitales de Burgos, Palencia, León y Oviedo. Este último es el más antiguo de los que en Asturias se conservan documentos de fundación y desde luego el más importante de todos, ya que se hallaba en el punto central de enlace de la red de itinerarios seguidos por los peregrinos a Oviedo. El hospital de San Juan de Oviedo estaba encomendado a “hospitaleros”, los cuales habían de disfrutar por el tiempo que prestasen sus servicios de veinticinco porciones o prebendas consistentes en pan, sidra y dineros de la moneda del rey. En el hospital había de morar una mujer de <> encargada de administrar las prebendas de los pobres y peregrinos. Se gratificaría a otra mujer de < > si con diligencia hiciese a los peregrinos algún servicio corporal, alusión indudable al lavatorio de pies de la tradición evangélica. El hospital de La Espina, en Tineo, era del patronato del arzobispo de Santiago, en cuyo nombre lo tenía o administraba en 1268 un tal Gonzalo Peláez que estaba obligado a pagar dos bueyes buenos al arzobispo todos los años en San Miguel de septiembre. El de Villapañada o Leñapañada fundado por los caballeros de San Juan en el siglo XIII. Ya en el siglo XVI, en Oviedo, existían los hospitales de San Juan, Santiago, San Julián, San Sebastián, La Magdalena y La Balesquida. En cabildo de 16 de abril del año 1535, se ordenó al racionero Alonso López que cobrase << lo que quedó de los romeros que murieron en los hospitales de nuestra señora de la Valesquida y de San Sebastián>>.
            En ordenanza de 1524 El encargado de recibir a los peregrinos <> había de ser <> y saber lenguas extranjeras, advirtiéndole recibiese a todos con mucha caridad. Otra disposición de fecha más tardía manda al portero que no de mal tratamiento a los peregrinos ni les de palos, como ha hecho en algunas ocasiones. En el hospital de San Juan de Oviedo solo podía pernoctar una noche cada peregrino estando sano, en lugar de las cinco que podían hacerlo en Santiago. La previsión de colocar chimeneas o bien encender fuego en simples hogares para que se calentasen en tiempos de invierno fue antigua y general en los hospitales. En el de Oviedo su administrador debía proveerse de leña con tiempo, procurando mantener la <>. Ya en 1442 se dispone que se <> en el hospital de San Marcos de León, y en el de Oviedo se encendía otra todos los días al avemaría, debiendo permanecer hasta que los peregrinos se hubiesen acostado. En los que se hallaban situados en lugares muy montañosos era frecuente la previsión de avisar a los extraviados con toques de las campanas de sus capillas para que al escucharlas, los pobres peregrinos que venían afligidos y necesitados, pudiesen salir a puerto seguro. Especialmente difícil era el tránsito en días de nieve. Entonces había que proceder a quitarla con palas para franquear el paso. En Arbas, aquello sí que eran nevadas, los canónigos imponían esta faena al vecindario, que procedía a romper la nieve por debajo, dejando bóvedas formadas y abriendo el camino de dos o más metros de hondo sin que por eso se llegase al suelo.
            A pesar de ser de pago, peor eran las malas artes de que se valían los albergueros para explotar a los peregrinos. Salían al camino haciéndose los encontradizos con ellos, prometiéndoles buen trato en sus posadas para luego dárselo malo. Les daban sidra por vino o tenían toneles de doble fondo con dos grifos, dándoles a probar el bueno para servirles el malo a la hora de la comida. Les prometían buenos lechos y se los daban malos o no les hacían bien las camas, sino a costa de una cena o una moneda. Echaban a los peregrinos que tenían albergados, si otros que venían después les daban una pequeña prima. Les vendían carne o pescado de tres días, enfermando los que lo comían. Otros les daban brebajes letárgicos para robarles cuando el sueño se apoderaba de ellos. Vaciaban las tinajas del agua para que, si a la noche les daba la sed, se viesen obligados a comprar vino. Abundantes alberguerías debía de haber en las ciudades de la ruta jacobea cuando en Oviedo, que no era de las más concurridas por los peregrinos, en la Edad Media existía una “rúa de los albergueros”.
            Ya no hay miserias ni calamidades en el Camino, aunque el peregrino observador, amante de la naturaleza y del arte, encuentra motivos para indignarse. Todo el gran legado arquitectónico que dejaron reyes, nobles e iglesia en los centros de peregrinación y a lo largo del trayecto ha dejado de interesarnos. Al menos eso parece cuando San Miguel de Lillo, Santa María del Naranco, San Julián de los Prados, San Salvador de Valdediós y Santa Cristina de Lena, joyas del arte prerrománico,  sufren un olvido permanente por parte de todas las administraciones. Las grietas y humedades que propician el crecimiento de musgos, hierbas y arbustos en los tejados y en las fachadas norte así lo atestiguan; el deterioro de las pinturas murales es tan grave que las hace irrecuperables: en San Julián de los Prados están agonizando, en San Miguel de Lillo han desaparecido. A estos males añadiremos la falta de protección perimetral y la ausencia de un plan integral de conservación; reivindicaciones que llevo escuchando desde los tiempos del añorado Joaquín Manzanares sin que nadie haya movido un dedo para remediarlo. Si hablamos del románico, qué les puedo contar que ya no sepan sobre los monasterios de Cornellana, Obona y Bárcena que se caen a pedazos. Sé que no es el momento oportuno ni el lugar adecuado para criticar, pero gastamos sumas ingentes en proyectos faraónicos e innecesarios como el de la Laboral, Niemeyer, puerto del Musel, regasificadora, autovías mineras, aulas de interpretación demolidas sin haberse estrenado…, para qué seguir cuando recientemente se acordó subvencionar con 1.800.000 euros el circuito Fernando Alonso y la miseria de 150.000 para el prerrománico. Con presupuestos así dilapidamos en lo accesorio y enterramos lo esencial. Eso sí, todo en aras de la más rancia populachería.
            Hasta hace pocos años el peregrino transitaba por un entorno sobresaliente en el que enriquecía la mirada y reposaba el espíritu, hoy todo es diferente. Los parques eólicos que sobreviven gracias a las subvenciones, destrozan el paisaje. Los molinos, a caballo de sierras y cordales, dejan su impronta por toda la región y desde cualquier ángulo arruinan la panorámica. Para qué hablar de canteras si hasta la llamada burbuja inmobiliaria surgían como senderuelas en otoño y ni una rehabilitó el terreno devastado. Sin duda, un peligro que acecha, en este caso al Camino de la Costa, es la pretensión de explotar la mina de oro de Salave en Tapia de Casariego. A todos los informes negativos se suma uno nuevo elaborado por el CSIC y la Universidad de Vigo; en él demuestran que, en Corcoesto (Bergantiños), un siglo después de cerrar la explotación, el arsénico aún tiene efectos perniciosos sobre el cauce de un río protegido. Roguemos al Apóstol para que realice un milagro y no expolien el occidente astur.
            Durante años, en esta región, se construyeron senderos de pequeño y gran recorrido, muy bonitos el día de la inauguración y en ruinas al poco tiempo por falta de presupuesto para su mantenimiento, cuando, sin salir de casa, tenemos una ruta con ocho siglos a cuestas, de barato y fácil mantenimiento –simplemente desbrozándola dos o tres veces al año- y si se conserva en buen estado es gracias al esfuerzo de la Asociación de Amigos del Camino Primitivo. ¿Saben porqué? Porque durante centurias fue símbolo de peregrinación cristiana, porque conserva este aroma y, lo que es más grave, porque padecemos el síndrome de la Alianza de las Civilizaciones además de miseria intelectual. ¿Quieren más que hasta a Santiago Matamoros lo han desahuciado de los templos por ser políticamente incorrecto?
           
Deben perdonarme, a pesar de que son temas que a todos nos preocupan, ustedes han venido a la presentación de un libro, no a escuchar un rosario de calamidades. Pues allá vamos: “Buen Camino” no es un guía de viajes al uso: no describe paso a paso los lugares que el peregrino visita, no indica los kilómetros que hay que recorrer ni ofrece un perfil de la etapa, ni recomienda en que lugares dormir, comer o cuánto nos va a costar. “Buen Camino” es el relato de un viaje tras los pasos de Alfonso II el Casto, primer peregrino al Campo de las Estrellas para postrarse ante el sepulcro del Hijo del Trueno, del Apóstol Santiago. Porque este es, como diría un castizo, el Camino de verdad, el originario, el primero, el más importante, El Primitivo. Todo dicho sin el menor ánimo chovinista. Además, por mucho que refunfuñen los amigos del Camino Francés, extremeño o portugués no tengo ninguna duda de que se trata del trayecto más hermoso. La ruta transcurre por un territorio amable, sin grandes desniveles pero que, en muchas ocasiones, la panorámica abraza rincones excepcionales: cabalga sobre sierras y cordales interiores, dibuja El Sueve y El Cuera, cabalga sobre los Picos de Europa, incorpora en un santiamén la Cordillera Cantábrica, asciende los montes somedanos y reposa sobre el romo relieve occidental. El rumor de agua es continuo porque los arroyos corren por doquier hacia cauces notables como los del Nora, el del padre Nalón, el represado del Narcea, el sufrido Nonaya, el Nisón, el atormentado Navia, el recién nacido Eo, el ilustre Miño…todos ellos apretados por vegetación cromática. Podemos cerrar los ojos para apreciar la fragancia que desprende cada especie porque los aromas son infinitos. Cómo se diferencia el olor cargado del pino con el dulzón del sauce; el balsámico del eucalipto con el recio del roble y el perfumado del abedul. Hasta la niebla, cuando desvanece el bosque, huele a xanas, trasgos y busgosos.  
El estruendoso canto de las aves menudas, a veces, obliga a detener el paso para gozar de él; el reclamo repetido y triste de tórtolas y torcaces obliga a pensar. Lo vuelos nupciales de mirlos, petirrojos y jilgueros de rama en árbol, de árbol en pradera, de pradera en zarza alegran vista, oído y viaje. El vuelo acrobático de las rapaces en celo rasgando el cielo mientras realizan piruetas imposibles evoca trapecistas alados.
Aguardan iglesias, capillas y ermitas que, casi siempre, el peregrino encuentra cerradas, pero tras un ligero sondeo, localizará al vecino que guarda la llave. Muros y paredes que atesoran creencias, lecciones, arte, mitos, leyendas y tradiciones. Siempre cercanas a palacios, casonas y blasones. Claro que, en estos tiempos que nos toca vivir, hay que hablar, con mucha tristeza porque están agonizando, de la soledad de los pueblos. Las campanas de las iglesias hace años que enmudecieron; ni tan siquiera repican a muerto porque las aldeas ya no palpitan. Las antiguas escuelas o están en ruinas o se vendieron al mejor postor. Ya no hay niños, ni amores, ni rencillas. Ni un solo can de palleiro que ladre al viajero. Apremia encontrar el medio para revitalizarlos porque de ellos depende el futuro del país.
Debo decir que el Camino Primitivo tiene la longitud apropiada para no agobiar, se realiza con comodidad en algo menos de dos semanas. Hay etapas cortas y largas. En ninguna de ellas hace falta, es una costumbre extendida que jamás entenderé, iniciar la marcha de madrugada para correr sin cesar hasta llegar al siguiente albergue y tumbarse a dormir en la litera, sin detenerse a charlar, hacer fotografías, comer el bocadillo con calma, pensar, meditar y observar.
La tradición peregrina recomienda portarse con frugalidad, moderación, ascetismo, sobriedad y sacrificio. Claro que, en la actualidad, nos tienta la notable gastronomía que germina en su entorno. Por precaución, por si algún día nos vence la flaqueza, la condición humana es débil, no está de más recomendar unos platos que transmiten unos conocimientos geográficos, históricos y culturales que han marcado los diez siglos de historia del Camino. Una buena fabada, un rotundo pote de berzas, un delicioso repollo relleno, incluido en el Menú del Peregrino de Pola de Allande, un arroz con leche requemado, crujientes carajitos del profesor, pulpo a la gallega, caldo gallego, lacón con grelos, empanada de sardinas, almejas a la marinera; vieiras, símbolo del camino jacobeo, ostras rebozadas. De postre tarta de Santiago y como colofón una buena queimada con protagonismo primordial del fuego purificador que nos libra de brujas y maleficios.
De todo esto y mucho más relato en “Buen Camino”. Si les apetece léanlo. Ya me contarán.
Gracias por su asistencia y “Buen Camino”